Tendría quizás nueve u ocho años cuando por
cosas del destino mis padres se empezaron a distanciarse mutuamente, a pesar de
mi temprana edad ya entendía las implicaciones del caso, sabia como un día
vendrían a comunicarme de su decisión. Tratarían de decirlo con palabras simples,
para que no me asustase, subestimando mi
capacidad de comprensión (como siempre hacían).
Cada vez me sentía más indiferente hacia el asunto. Ya que iban a mantenerme
fuera del problema cuando pude haber dado mi opinión, que me mantuviesen fuera
hasta el final.
Cuando llego el momento de afrontar la
realidad intentaron compensarme con regalos. Uno pensaría que entre un
periodista y una profesora de biología elegirían una opción más madura que
tratar de suplir sus ausencias con cacharros varios… aunque para ser sinceros me alegra enormemente que esa fuese su
arrogante decisión.
Una tarde de verano vino mi padre de intentar
hacer una investigación en una universidad en la que supuestamente mi madre
había logrado conseguir empleo, por razones obvias (y no tan obvias) le negaron el paso.
Enojado, se paseaba por las calles camino a
casa, cuando empezó a distinguir a lo lejos un maullido minúsculo, casi
imperceptible. Mi padre no era exactamente lo que se le llamaría un aventurero,
pero se adentró en un lote baldío
repleto de plantas extrañas y alimañas para investigar el origen de los
quejidos desesperanzados de la indefensa
criatura.
Al
llegar a casa me la mostró. Una pequeña caja de zapatos mientras decían en voz
alta “¡te traje un regalo!” al abrir la caja vi
ala pequeña gatita, aunque en realidad era bastante grande para ser un
gato, se veía obviamente desnutrido y deshidratado. Mi padre me contó donde la
encontró. Dijo que probablemente su madre habría muerto, que en el lugar donde
la había encontrado también encontró una
gran roca con gran cantidad de pelaje
alrededor y bajo la piedra, sin mencionar el olor, que aun permanecía
impregnado en la criatura… en su pálido y tosco pelaje aún se podía percibir
el olor a muerte
Tome a la gatita en mis manos. Temblaba mucho,
pero se acurruco en mis brazos apenas tuvo la oportunidad
Ella estaba muy débil por lo que tuve que
cuidarla, vigilar que comiera y bebiera, lo
cual fue más complicado de lo que espere, ya que no tenía fuerza para
los alimentos concentrados , ni le
gustaban una vez los ablandaba con agua . Pero ¿quién podía culparla? , en un destello de
curiosidad infantil me atreví a probar eso que le había estado obligando a
comer… las descripciones sobran. Por lo que a partir del día siguiente me
dedique a buscar otras cosas a con las que se sintiera más cómoda y disfrutara
comerlas
Tras empezar
a cuidar de ella; basto un mes para que
obtuviese un nuevo aspecto, su pelaje tosco se había tornado suave, el color de
su pelaje había adquirido un tono rosa y
su cuerpo en general había aumentado en grosor. Además del cambio en su actitud, que a menudo gustaba de
sentarse con nosotros a la mesa, pedir con gestos amables la salsa de soja para
sazonar su pescado incluso llego al punto de pedirme que no le
cambiara el canal al televisor. Obviamente todo esto con pequeños gestos de sus
patas, que ella siendo sumamente hábil para expresarlos y yo lo suficientemente
observador para entenderlos, podíamos comunicarnos en este extraño idioma sin
palabras. Estaba claro que no se trataba de una gata normal
Termine por llamarla Bagui, como abreviatura de vaguita o vaga. Debido a
que acostumbraba a dormir en todas partes, muchas veces recostada de mi o en mi
regazo
No pasaría mucho tiempo antes de que Bagui
empezase a dormir junto a mí en mi cama, pasando así más tiempo juntos. Un día
incluso comenzó a seguirme a la escuela. En algunas ocasiones se escondía en mi
mochila, pero en otras solo caminaba tras de mí. Las burlas e insultos no se
hicieron esperar de parte de mis congéneres, a pesar de que bien sabía que la
inocente Bagui era por mucho más inteligente que todos ellos. No me importaron
nunca sus palabras, pero me obligaron a dejarla en casa, o al menos no dejar que nadie la viese. La
guardaba en mi mochila la cual era bastante grande pero me ocultaba de los demás durante los
recreos para poder jugar con ella, y durante las clases me sentaba en una
esquina retirada, de forma que si Bagui lo quería, podía sacar la cabeza y ver
la clase, sin peligro de que la descubriesen.
Me parecía tan injusto que ella se quedara
en casa sola y aburrida, al igual que yo desanimado y solo en su ausencia,
siempre indiferente del mundo a mi alrededor , sin penas reales , pero tampoco
alegrías más que las que Bagui me traía. Y precisamente por ello es que los
deteste tanto, por pedirme que me des hiciese de ella. Porque sabía que le
temían, que la envidiaban. Decían que era un monstruo, un fenómeno, incluso
llegaron a llamarle demonio. Envidiaban no ser como nosotros.
Por eso…
Un día ella se negó a acompañarme de camino
a la escuela. Bagui había crecido demasiado por lo que ya no podía llevarla en
mi mochila. Pensé que se sentía mal por
lo que pensé en quedarme en casa para cuidar de ella.
Bagui se había sentido enferma últimamente,
por lo que no me sorprendía que pudiese estar débil aun. Me negué a salir, pero
ella me empujó hacia la puerta lamió mi mejilla mientras me abrazaba como mejor podía, mientras se
sostenía en sus dos patas traseras, y me empujo afuera para cerrar la puerta tras de mí.
Esa tarde, al regresar la busque por todas
partes. No estaba en mi habitación, ni revuelta entre mis sabanas sucias del
cuarto de lavado, tampoco dormía en el sofá, la televisión ni siquiera seguía
encendida como la había dejado antes de irme (para que Bagui la viese mientras
no estaba). Ya había crecido mucho, por lo que no cabía bajo o entre los
muebles. Tras desesperarme empecé a buscar por las calles, días y noches
enteras buscándola. Todo fue en vano.
Ella me abandono sin siquiera dar aviso. Mi
única amiga.
Después de un mes proseguí mi vida con
normalidad… si es que a eso se le puede llamar normalidad. Mi desapego por las
personas aumento y mis ausencias en clase se hicieron frecuentes.
Quizás no volvería a ser el mismo
Muro