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Notas del Escritor

Resultados para la etiqueta: "bagui"
Eduardo cesar
Interrumpí el flujo de mis escasos pensamientos para adentrarme en mi "hogar", tratando de no hacer ni el menor ruido posible, evitando advertir de mi llegada. Al fondo de la sala podía ver que una tenue luz se desplegaba en la habitación, acompañada de un golpeteo ocasional -al fin llegas - escuche decir pesadamente a mi padre tras de mí - buenas noches padre- dije observando que estaría escribiendo algún artículo hasta altas horas de la noche en su ordenador - ¿tienes alguna idea de que hora es?- pronunció pesadamente sin despegar los ojos de la pantalla. Voltee a ver mi reloj para contestar a su pregunta -ni lo intentes, se perfectamente que hora es- se quita las gafas sin dejar de ver en ningún momento al monitor - … han pasado ciento cincuenta y siete mil setecientas un horas desde tu nacimiento, de las cuales mil doscientos setenta y cuatro minutos deberían ser de un hombre responsable… ¿sabes qué?... ahórrame el sermón. Tienes comida en la cocina si tienes hambre.- volvió a ponerse los anteojos para proseguir con su labor -buenas noches- susurre mientras salía de la habitación y empezaba a subir las escaleras. Ciertamente estaba feliz de no haber recibido ningún tipo de reprimenda o sanción por mis negligentes acciones, mientras al mismo tiempo sentía el desinterés hacia lo que pudiese pensar o sentir hacia él. Al llegar a mi habitación simplemente me quite la chaqueta que llevaba, además de la camiseta, para acostarme. Estaba molido del sueño, pero un pensamiento fugas paso por mi mente antes de sumirme en mis sueños. -quizás por esto nos abandonó mi madre, quizás se cansó de nuestra indiferencia. Del cómo no deseábamos estar con nadie pero estábamos obligados a estar juntos, encerrados en una relación que solo puede ser descrita como parasitaria… o por lo menos así era hasta esta mañana. Ya no existen obligaciones de nadie. Pero en realidad no me siento como un adulto- Cerré mis ojos mientras culminaba mis últimos pensamientos en vos baja -¿en serio? Yo te veo bastante grandecito ¿Cuánto más se supone que deberías crecer?- escuche una vos un tanto aguda y suave que pensé seria mi imaginación. -no es cuestión de tamaño, es… ¿hay alguien allí?-pregunte pensando que mi imaginación y sueño jugaba con mis sentidos -umm mas o menos… depende de tu definición de "alguien"- respondió la voz despejando mis dudas. A lo que reaccione tomando el primer objeto contundente que tuviese a la mano, que se trataba de una calavera de yeso -pues más te vale que seas alguien que está por irse - dije mientras apuntaba por la ventana hacia abajo sin encontrar a nadie -en realidad me gustaría quedarme un poco más- alcance a escuchar desde el techo- sobretodo quería ver si me recuerdas- la persona que se encontraba en el tejado saltó sobre el árbol frente a mi ventana y en un mismo movimiento revoto hacia el interior de mi habitación y sobre mí. Era una persona evidentemente ligera y delgada; aunque por la textura de sus brazos y la sombra que proyectaba deduje que estaría usando un abrigo peludo. Al sentir sus manos delgadas y oír el tono de su voz deduje que se trataría de alguna chica -si eres alguna de las ex del jefe vételas con él, no conmigo- dije mientras me la quitaba de en sima y me intentaba acercar al interruptor de la luz, sin éxito -¿no me reconoces? ¿Acaso has olvidado mi olor? … pensé que por lo menos eso reconocerías de mí- dijo mientras se acurrucaba en mi pecho, y aunque ciertamente el peculiar aroma que desprendía me traía innumerables recuerdos infantiles a la mente, no era capaz de ligarlos a ninguna persona -lo lamento, pero no soy un perro para reconocer a las personas por el olfato- la chica me interrumpe golpeándome con el dorso del puño - ¡tonto! no debí haber venido- la chica empieza a quebrantársele la voz -hubiese preferido seguir recordándote y pensando pe me extrañabas, que me querías, o que por lo menos me recordabas a saber que…- interrumpo su llanto para poder consolarla - espera, aún no he visto tu rostro ni he escuchado tu nombre… pero no podré hacerlo si sigues en sima- ella se apartó suavemente dejándome libre para alcanzar el botón. Nunca estuve más sorprendido que en el momento en el que ella me dijo su nombre. Encendí la luz y me voltee justo en el mismo instante en el que ella pronuncio esas palabras - tu… me llamabas Bagui-


Fin del capitulo 3

Eduardo cesar Jul 9 '17 · Comentarios: 1 · Etiquetas: cuento, bagui, ed, historia, novela ligera
Eduardo cesar

   Pasaron varios años antes de que mi vida se retorcieras otra vez, tendría aproximadamente dieciséis  años cuando me inicie en el mundo de las bandas callejeras. Pensaba que en realidad no era tan mal lugar para mí (por decir que gozaba del don del raciocinio en esa época de mi vida). Aunque no como si hubiese detenido a sopesar en sobremanera nada de lo que he hecho a la largo y ancho de mi vida.

    La forma en la que fui reclutado en la banda  fue un poco abrupta. Regresaba de falta a clases nuevamente, tras haberle dado referencias al profesor de mi clase  de a dónde podía a vaciar sus inútiles desechos verbales. Cuando fui rodeado de un grupo de jóvenes, aunque cada uno mayor al anterior. De inmediato me di cuenta de sus intenciones, por lo que saque mi billetera con el escaso dinero  que llevaba en sima. Pero antes de que se fueran me atreví a dedicarle unas palabra a la chica que los acompañaba (que además fue la que tomo el dinero de mi mano). “Dios bendiga a ti a tu descendencia… alojándoles en la caldera más cálida del infierno“ le dije mientras sostenía su mano. Uno de los sujetos obviamente ofendido  se acercó a mí, se paró frente a mí intentando intimidarme (sin éxito). “un segundo, ¡yo te conozco¡” dijo el menor del grupo “ él es el chico del gato” confirmándome que se trataba de un alumno o ex alumno de la misma institución que yo  . “déjeme confirmar que tan bien puestos los tienes“ dijo mientras se tronaba los nudillos en otro fallido intento de intimidación.

   No mentiré  al respecto… me dieron una paliza, pero el espectáculo fue suficiente para que me aceptaran como miembro de su grupo.

   Éramos un grupo de inadaptados vagando por las calle y destruyendo todo lo que podíamos, siempre y cuando no perjudicásemos a nadie en el proceso… o por lo menos no de forma grave

 

   La noche en la que por fin cumplí mi mayoría de edad condujimos en nuestras motocicletas hasta lo que solía ser la cabaña de unos ancianos. Al parecer habían abandonado la casa hacía meses sin ningún motivo aparente, al parecer no tuvieron hijos y no tenían amigos, por lo que el lugar quedo aislado y sin nadie que lo reclamase hasta que nosotros llegamos. Nosotros nos enteramos  por medio de uno de los miembros  que al parecer era su único contacto con el exterior, intercambiando bienes  que la pareja producían en su huerta por cosas que el compraba en el exterior. Munición por carne de caza, hortalizas por aderezos o medicamentos por contrabando; este último destilado en el sótano de la cabaña, haciéndola además de un gran atractivo para nosotros ahora que ninguno estaba y parecía no regresarían .

     Apenas llegar nos aseguramos que el lugar fuese seguro antes de acomodarnos en su interior.

   El jefe del grupo pensó entrar por un momento a romper la escasa vajilla que aun permanecía en sus estantes, afortunadamente alcance detenerlo a tiempo. Le explique que gran parte de los objetos que podían encontrar en ese lugar podían tener mayor antigüedad que los mismos dueños anteriores, y al igual que su vejes también era grande  su valor en muchos casos . Aunque en realidad mis intenciones solo eran mantener la propiedad en el mejor estado durante el mayor tiempo posible, para que de esa forma pudiéramos seguir utilizándola. Afortunadamente el jefe accedió a preservar el lugar  puesto que la idea de obtener ganancias económicas sin el menor esfuerzo le llamaba más la atención que liberar su furia contra la inocente bajilla. Además dio orden de preservar hasta los muebles, ya que no sabía cuánto provecho todavía podía sacar de entre todo lo que allí se encontraba. Aunque no siempre podía contar con el buen juicio del jefe, siempre podía contar con su avaricia.

   Unas cuantas horas después, me dedique a inspeccionar la cabaña más a detalle. Aprovechando que era el único sobrio (sin mencionar que el único consiente) me paseaba por todo el interior, observando las paredes repletas de estantes y en cada estantes cientos de artesanías de madera, metal, cerámica, entre otras; cada uno más extraño que el anterior, toda la perspectiva que fui adquiriendo al respecto cambio cuando vi un pequeño altar  en la ventana, estaba muy adornada. Por la obscuridad no pude definirlo con certeza, una imagen dibujos y fotos de seres extraños, una especie de amalgamaciones  de felinos y humanos. No estaba seguro si era una deidad a la que los ancianos alababan, un espíritu al que le temían o  simplemente solo eran simples adornos. Pero una campana plateada, perfectamente reluciente colgaba en la parte superior de la ventana. No estoy seguro de donde vino el impulso que me llevo a tañer la campana. Solo la empuje un poco, pero eso fue suficiente para que tañera unas tres veces.

   Al parecer no sonaba tan fuerte, pero el sonido agudo fue lo suficientemente audible  para despertar a los demás. Que aunque  no estaban todavía del todo sobrios ya podían articular correctamente las palabras (las pocas que sabían). Después de haber recibido una reprimenda del jefe empezamos a notar que los árboles y arbustos de la zona circundante se sacudían en exceso, mientras otros parecían moverse con pesadez.

    Menor no pudo ser nuestra sorpresa  cuando uno de los arboles callo frente a todos  justo sobre las motocicletas  que estaban estacionadas en el exterior, dos de los cinco miembros de los que estaba conformada la corrieron a rescatar nuestros vehículos del ramaje, obviamente dando prioridad a la del jefe.

   Nuevamente soplo una brisa, la cual suponemos fue la responsable de apagar la lámpara de aceite que usábamos para iluminarnos, la tensión empezó a crecer rápidamente. Apenas podíamos ver gracias a la luz de luna, cuando una nube paso por el frente de esta y se escuchó en estrepitoso y agudo grito. Provenía de la novia del jefe que se había vuelto a dormir, pero algo le había despertado, “auxilio, amor por favor  ayúdame“  le decía la chica al jefe  mientras se aferraba a su brazo  mientras le rogaba porque nos fuésemos, pero el jefe haciendo caso omiso a su novia, fue a su moto y saco de ella una pesada cadena y una navaja. No dudo un segundo en entrar nuevamente a la casa  mientras balanceaba la cadena en una mano  y blandía la navaja  en la otra al guito de “a mí no me asustan estas mierdas”.

   Nuevamente volvió a soplar la brisa, pero esta vez con la suficiente fuerza como para derribar la botella que se encontraba haciendo equilibrio en la orilla  de la mesa. El jefe reacciono rápidamente golpeando con todas sus fuerzas la cadena contra la mesa, partiendo la mesa en dos. El jefe reía para demostrar que no tenía miedo (o eso pretendía). Yo como era de esperarse le di la espalda mientras hacía alarde de su “valentía” para  poder ayudar a los demás a liberar nuestras motos.

    Creí sentir la brisa soplar una vez más cuando la luna se despejo, ofreciéndonos una mínima iluminación. Pero esa escasa iluminación me permitió ver una sombra. Sombra que pasó justo junto a mí y pude ver atravesar la puerta con una velocidad increíble  antes que otra nube volviese a dejarnos totalmente a oscuras. Pensé que mi mente me hacía otra jugada, hasta que escuche al jefe volar por los aires  hasta caer sobre las ramas del  árbol cortado,  seguido de su novia  que  corrió la misma suerte.

       No tardamos en darnos cuenta de que nos encontrábamos bajo ataque, por lo que intentamos defender a nuestro líder, el cual se apresuró a encender su moto y con ella las  luces.  Ahora que podíamos ver  uno de mis compañeros se desplazó hacia su motocicleta y saco de ella un bate que guardaba en el bolso de esta y desenfundo una navaja, mientras el otro saco un tubo de cobre y su navaja propia. Cuando logramos escuchar unos pasos el del tubo se abalanzo imprudentemente, mientras que en resto nos que damos bajo la luz.  Pudimos oír un golpe contundente, seguido de ver a nuestro compañero volar y aterrizar sobre las motos  que habíamos rescatado del  ramaje. Lo cual hizo que mi compañero se armase de valor y se fuera contra lo que sea que nos atacase. Lazo un grito de guerra sin adentrarse en la oscuridad, pero de igual modo algo tan rápido que a pesar de ser bañado por las luces de los faros solo pudimos distinguir como una sombra lo arrastro directo a las penumbras.

   Escuchamos un grito desgarrador  seguido de un golpe contundente. Lo dimos por muerto hasta que escuchamos el crujir del bate rompiéndose y vimos al chico correr despavorido a montar su motocicleta, arrancado y partiendo tan rápido como podía. El chico que se acababa de recuperar de su reciente y corto vuelo siguió su ejemplo casi a la vez que el jefe, dejándome totalmente solo y a oscuras en presencia de quien nos había atacado, con mi moto aun en parte atascada entre las ramas.

   Decidí por moverme lentamente para evitar llamar la atención. El viento sopló nuevamente, y de nuevo el cielo dejó brillar la luna. Por fin podía ver lo que nos había atacado. Una bestia a cuatro patas balanceaba lentamente su cola  al ras del suelo, mientras el resto de los músculos de su cuerpo se mantenían totalmente inmóviles. Tuve que voltearme para intentar desatascar  mi único medio de escape de las ramas, tratando de hacer la menor cantidad de ruido posible. Sentí algo tras de mi así que me voltee. Allí estaba, justo sobre mí. Sus ojos brillaban al reflejar la luz de la luna y el bao su cálido aliento me daba en el rostro. Se mantenía a dos patas utilizaba una tercera para apoyarse del asiento trasero. Me quede petrificado, totalmente inmóvil por lo que me pareció una eternidad. Hasta que otra nube volvió a interponerse frente a la luna  rompiendo el hechizo.

   Arranque la motocicleta tan rápido que a la bestia ni siquiera le dio tiempo a reaccionar. Mantuve la mayor velocidad que pude, pero la extrema irregularidad del terreno dificultaba el avance.

   Apenas pude alcanzar a mis compañeros, que se habían adelantado al punto de haber salido de la finca y hasta llegando a la calle externa al cerro de donde esta ce encontraba. Una vez los hube alcanzado (en una calle cuyo camino estaba iluminado por una única farola en hasta donde alcanzaba la vista) pudimos cerciorarnos de que todos nos encontrábamos a salvo, algunos teníamos rasguños, cortes y magulladuras pero nadie había sufrido ninguna herida de gravedad; por lo que decidimos retirarnos antes de que el problema empeorara, ya volveríamos más preparado en caso de necesitarlo.  

   A uno de nuestros compañeros se le había empezado a hinchar un ojo (probablemente causado por su vuelo y posterior aterrizaje) por lo que resolvimos conducir lentamente  para poder acudir en su ayuda en caso de que su visión se viese nublada por la hinchazón. Además de esto nos deteníamos frecuentemente  debido a que todos habían bebido   hasta el hartazgo y debido al ataque imprevisto no había dado ocasión de evacuar aguas, pero cada vez que nos deteníamos para que alguien orinara nos alarmábamos ante cualquier ruido  por lo que no nos tranquilizamos hasta volver a la civilización. El viaje se hizo largo y lento, distancia que hecha a ritmo normal nos habría tomado de quince a veinte minutos, nos terminó por llevar más de una hora.

   Al llegar al pueblo nos separamos, para descansar en nuestros respectivos hogares. Aunque yo en realidad no deseaba regresar al mío.

    Yo vivía en una casa relativamente grande, en un barrio en la que cada casa era igual a la anterior, absolutamente todas rodeadas por completo por verdes jardines, cada una con un dueño más molesto, quejumbroso, obstinado, presumido y petulante que el anterior;  en el límite ente la ciudad y el entorno rural de la montaña.

   Aquel día me detuve en la puerta, despejando mi mente de problemas anteriores y preparándome para cuando mi padre viniese a regañarme por llegar a esas altas horas de la madrugada. Aunque por otra parte quizás se habría ido a dormir  ya que como acabas de recordar,  hoy… o (mejor dicho; tomando en cuenta la hora), ayer  había sido mi cumpleaños, por lo que me dejaría pasar el atrevimiento por esta vez, después de todo ya era un hombre, no uno responsable ni respetable, pero si lo suficientemente grande para ser tratado como uno… o por lo menos eso pensaba

 

Fin del capítulo 2 

Eduardo cesar Jun 25 '17 · Etiquetas: cuento, bagui, novela ligera, historia, ed
Eduardo cesar

   Tendría quizás nueve u ocho años cuando por cosas del destino mis padres se empezaron a distanciarse mutuamente, a pesar de mi temprana edad ya entendía las implicaciones del caso, sabia como un día vendrían a comunicarme de su decisión. Tratarían de decirlo con palabras simples, para que no me asustase, subestimando  mi capacidad de comprensión (como siempre hacían).

   Cada vez me  sentía más indiferente  hacia el asunto. Ya que iban a mantenerme fuera del problema cuando pude haber dado mi opinión, que me mantuviesen fuera hasta el final.

   Cuando llego el momento de afrontar la realidad intentaron compensarme con regalos. Uno pensaría que entre un periodista y una profesora de biología elegirían una opción más madura que tratar de suplir sus ausencias con cacharros varios… aunque para ser sinceros  me alegra enormemente que esa fuese su arrogante decisión.

  

 Una tarde de verano vino mi padre de intentar hacer una investigación en una universidad en la que supuestamente mi madre había logrado conseguir empleo, por razones obvias (y no tan  obvias) le negaron el paso.

   Enojado, se paseaba por las calles camino a casa, cuando empezó a distinguir a lo lejos un maullido minúsculo, casi imperceptible. Mi padre no era exactamente lo que se le llamaría un aventurero, pero se adentró  en un lote baldío repleto de plantas extrañas y alimañas para investigar el origen de los quejidos desesperanzados  de la indefensa criatura.

   Al llegar a casa me la mostró. Una pequeña caja de zapatos mientras decían en voz alta “¡te traje un regalo!” al abrir la caja vi  ala pequeña gatita, aunque en realidad era bastante grande para ser un gato, se veía obviamente desnutrido y deshidratado. Mi padre me contó donde la encontró. Dijo que probablemente su madre habría muerto, que en el lugar donde la había encontrado  también encontró una gran roca  con gran cantidad de pelaje alrededor y bajo la piedra, sin mencionar el olor, que aun permanecía impregnado en la criatura…  en su  pálido y tosco pelaje aún se podía percibir el olor a muerte

  Tome a la gatita en mis manos. Temblaba mucho, pero se acurruco en mis brazos apenas tuvo la oportunidad

   Ella estaba muy débil por lo que tuve que cuidarla, vigilar que comiera y bebiera, lo  cual fue más complicado de lo que espere, ya que no tenía fuerza para los alimentos concentrados , ni  le gustaban una vez los ablandaba con agua . Pero ¿quién  podía culparla? , en un destello de curiosidad infantil me atreví a probar eso que le había estado obligando a comer… las descripciones sobran. Por lo que a partir del día siguiente me dedique a buscar otras cosas a con las que se sintiera más cómoda y disfrutara comerlas

Tras empezar a cuidar de ella;  basto un mes para que obtuviese un nuevo aspecto, su pelaje tosco se había tornado suave, el color de su pelaje había adquirido un tono rosa  y su cuerpo en general había aumentado en grosor. Además del cambio  en su actitud, que a menudo gustaba de sentarse con nosotros a la mesa, pedir con gestos amables la salsa de soja para sazonar  su pescado  incluso llego al punto de pedirme que no le cambiara el canal al televisor. Obviamente todo esto con pequeños gestos de sus patas, que ella siendo sumamente hábil para expresarlos y yo lo suficientemente observador para entenderlos, podíamos comunicarnos en este extraño idioma sin palabras. Estaba claro que no se trataba de una gata normal

 Termine por llamarla Bagui,  como abreviatura de vaguita o vaga. Debido a que acostumbraba a dormir en todas partes, muchas veces recostada de mi o en mi regazo

   No pasaría mucho tiempo antes de que Bagui empezase a dormir junto a mí en mi cama, pasando así más tiempo juntos. Un día incluso comenzó a seguirme a la escuela. En algunas ocasiones se escondía en mi mochila, pero en otras solo caminaba tras de mí. Las burlas e insultos no se hicieron esperar de parte de mis congéneres, a pesar de que bien sabía que la inocente Bagui era por mucho más inteligente que todos ellos. No me importaron nunca sus palabras, pero me obligaron a dejarla en casa, o  al menos no dejar que nadie la viese. La guardaba en mi mochila la cual era bastante grande  pero me ocultaba de los demás durante los recreos para poder jugar con ella, y durante las clases me sentaba en una esquina retirada, de forma que si Bagui lo quería, podía sacar la cabeza y ver la clase, sin peligro de que la descubriesen.

   Me parecía tan injusto que ella se quedara en casa sola y aburrida, al igual que yo desanimado y solo en su ausencia, siempre indiferente del mundo a mi alrededor , sin penas reales , pero tampoco alegrías más que las que Bagui me traía. Y precisamente por ello es que los deteste tanto, por pedirme que me des hiciese de ella. Porque sabía que le temían, que la envidiaban. Decían que era un monstruo, un fenómeno, incluso llegaron a llamarle demonio. Envidiaban no ser como nosotros.

   Por eso…

   Un día ella se negó a acompañarme de camino a la escuela. Bagui había crecido demasiado por lo que ya no podía llevarla en mi mochila. Pensé que se sentía mal  por lo que pensé en quedarme en casa para cuidar de ella.

   Bagui se había sentido enferma últimamente, por lo que no me sorprendía que pudiese estar débil aun. Me negué a salir, pero ella me empujó hacia la puerta lamió mi mejilla mientras  me abrazaba como mejor podía, mientras se sostenía en sus dos patas traseras, y me empujo afuera  para cerrar la puerta tras de mí.

   Esa tarde, al regresar la busque por todas partes. No estaba en mi habitación, ni revuelta entre mis sabanas sucias del cuarto de lavado, tampoco dormía en el sofá, la televisión ni siquiera seguía encendida como la había dejado antes de irme (para que Bagui la viese mientras no estaba). Ya había crecido mucho, por lo que no cabía bajo o entre los muebles. Tras desesperarme empecé a buscar por las calles, días y noches enteras buscándola. Todo fue en vano.

   Ella me abandono sin siquiera dar aviso. Mi única amiga.

   Después de un mes proseguí mi vida con normalidad… si es que a eso se le puede llamar normalidad. Mi desapego por las personas aumento y mis ausencias en clase se hicieron frecuentes.

   Quizás  no volvería a ser el mismo 

Eduardo cesar Jun 25 '17 · Etiquetas: bagui, historia, ed, cuento, novela ligera